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Leyenda tailandesa: los misterios de las mujeres

por Pierre To
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Leyenda de Tailandia

Los misterios de las mujeres es una leyenda sobre cómo algunas tailandesas tienen la habilidad de engañar y manipular a sus maridos.

En Phetchaburi vivía un joven llamado Nai Samret que un día decidió que ya era hora de empezar a conocer los misterios de las mujeres.

Así que una mañana salió de casa en busca de un maestro sabio que pudiera enseñarle estos misterios.

No tuvo que buscar mucho, pues una mujer llamada Nang Lamert lo vio pasar por su jardín y, tomando nota de sus investigaciones, le dijo que ella podía enseñarle mucho más que el más venerable de los maestros.

Así fue, y efectivamente Nai Samret descubrió en pocas horas mucho más de lo que había soñado.

Nang Lamert acabó pidiéndole que se marchara porque su marido volvería pronto, pero ella le prometió que esa noche volverían a dormir juntos, y con el marido al lado.

Esa noche, le pidió a su marido que cuidara de su bebé mientras ella iba a visitar a su madre, que estaba enferma.

Una vez fuera, se cubrió la cabeza con un velo y se reunió con su amante para llevarla a casa.

La pareja hizo creer al marido que eran primos de su esposa y que ellos también se dirigían a visitar a la enferma.

Nai Samret explicó que su mujer se ponía el velo porque tenía una inflamación en los ojos y la luz le hacía daño.

El marido dio hospitalidad a los viajeros durante la noche, y así Nai Samret tuvo su segunda lección de amor en las circunstancias exactas previstas por su amante.

Durante la noche, el bebé de la casa empezó a gritar.

Nang Lamert, aún con velo, fue a ocuparse de él.

De repente, el marido se sintió invadido por el deseo hacia aquella atractiva mujer que tenía tan cerca. Intentó atraerla contra sí, pero ella lo apartó y volvió a la cama.

A la mañana siguiente, la falsa pareja abandonó la casa.

Unas horas más tarde, Nang Lamert regresó a casa de su supuesta visita a su madre.

Insultó a su marido porque, según dijo, su primo le había confesado que había intentado violarla.

El hombre, ruborizado por la vergüenza, le pidió perdón, que su mujer le concedió sólo después de mucho tiempo y atención.


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